viernes, 11 de mayo de 2012

En la vida hay sólo dos clases de personas, las que valen la pena y las que no. Ojo, una persona copada no  necesariamente vale la pena. No se trata de personalidad, se trata de actitudes, de valores. Podés ser la persona más divertida del universo, pero si sos una conchuda constante o un gran hijo de puta, no valés la pena, ni siquiera por un rato. 

Si te metés donde no te llaman, no valés la pena. Si hablás sin saber de quien no te corresponde, no valés la pena. Si leés el celular de la persona que tenés al lado, no valés la pena. Si te agradan los wachiturros y las palomas, definitivamente no valés la pena (?) 
Si no apreciás a las personas que te rodean, si no las cuidás por lo que son o lo que fueron, no valés la pena. Si te esforzás por permanecer en un lugar donde no tenés que estar, perjudicando a esas personas importantes, agotando recursos que rozan lo patético, no valés nada.

Para valer la pena hay que conocer límites, porque tu libertad termina donde empieza la del otro. Para ser una de esas personas que vale la pena se necesita respeto, gentileza, y sobre todo ubicación, para poder situarte en el lugar del otro, y saber que tus decisiones no afectan sólo tu vida. 

El amor vale la pena. Y vos también, por eso estoy acá. 


Que el pasado nos persiga, pero no nos va a alcanzar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario