miércoles, 16 de noviembre de 2011

Es la segunda vez que un "Nicolás" me deja por otra mina. La primera vez que me rompieron el corazón el dolor fue inexplicable. Y ese dolor me llevó a confiar en la palabra del segundo que me rompió el corazón. Creí en él, confié como no confié en nadie y traté de no limitarlo nunca. Lo único que pedí desde el principio fue la verdad, y él lo único que hizo fue mentirme.
Le di la posibilidad de sincerarse varias veces, y él no tuvo los huevos para hablar. Mintió una y otra vez.
Defendí su palabra y puse mi confianza hacia él ante todo. A pesar de que todos decían que había algo raro detrás de sus razones, yo lo protegí como si sus palabras hubieran sido mías. Fue un error.
Mintió sobre sus razones, mintió sobre sus sentimientos, mintió sobre su "culpa". Y sobre todo mintió al decirme "sos una buena piba, y te súper valoro."
A menos de una semana de ésto ya está enganchado con otra. O sea que cuando dijo "Este último mes pensé en mi ex, disculpame" en realidad por dentro pensaba "me cabe otra piba, y si no te dejo primero no se me para." (Claro, porque se cree buen tipo)
No hubo nada de lo que yo hiciera o diera que él valorara. El tiempo me enseñó que ni él ni sus palabras valen la pena. El tiempo me enseñó que mis lágrimas no tuvieron sentido, que tampoco las merecía.
Pero no me arrepiento de nada. La vida con ésto me enseñó que nunca se llega a conocer a nadie realmente, de hecho él fue siempre un personaje y nuestra relación un invento. También aprendí a no poner las manos en el fuego por nadie. Y que si no te valorás a vos mismo, vas muerto, porque muy pocos (me niego a decir nadie) van a valorarte de verdad.
Espero que uno de estos días tengas los huevos para asumir todo. Para dejar de jactarte de ser maduro, y comenzar a serlo. Acá el que pierde sos vos, querido. No sólo una mina que pudo haber hecho mucho por vos, sino que además tu cobardía te hace perder la posibilidad de crecer, y de estar bien con vos para estar bien con alguien más.
Estaba dispuesta a terminar bien, pero la desconsideración no la voy a permitir. Ya me han hecho sufrir bastante como para dejar que suceda de nuevo. Hacé lo que tengas que hacer. Está con quien quieras estar, pero aprendé. Aprendé de todo. Y no agradezcas sin sentirlo, porque la mejor manera de agradecer es valorar.
Me encantaría poder hablar todo esto personalmente, pero sé que no vas a querer así que me resta decirte que no me olvido de lo último que te prometí, que iba a hacer todo lo posible por estar bien. Si te interesa saberlo, lo estoy.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Hay alguien especial para cada uno de nosotros. A menudo, nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres. Pertenecen a distintas generaciones y viajan a través de los mares, del tiempo y de las inmensidades celestiales para encontrarse de nuevo con nosotros. Proceden del otro lado, del cielo. Su aspecto es diferente, pero nuestro corazón los reconoce, porque los ha amado en los desiertos de Egipto, iluminados por la luna y en las antiguas llanuras de Mongolia. Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de guerreros y convivido en las cuevas cubiertas de arena de la Antigüedad. Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad y nunca nos abandonarán. Es posible que nuestra mente diga: “Yo no te conozco”. Pero el corazón sí le conoce. Él o ella nos agarran de la mano por primera vez y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser. Nos miran a los ojos y vemos a un alma gemela a través de los siglos. El corazón nos da un vuelco. Se nos pone la piel de gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia. Puede que no nos reconozcan a pesar de que finalmente nos hayamos encontrado otra vez, aunque nosotros sí sepamos quiénes son. Sentimos el vínculo que nos une. También intuimos las posibilidades, el futuro. En cambio, él o ella no lo ve. Sus temores, su intelecto y sus problemas forman un velo que cubre los ojos de su corazón, y no nos permite que se lo retiremos. Sufrimos y nos lamentamos mientras el individuo en cuestión sigue su camino. Tal es la fragilidad del destino. La pasión que surge del mutuo reconocimiento supera la intensidad de cualquier erupción volcánica, y se libera una tremenda energía. Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato. Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya conocemos profundamente a esta persona, a un nivel que rebasa los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reservada para los miembros más íntimos de la familia. O incluso más profundamente. De una forma intuitiva, sabemos qué decir y cuál será su reacción. Sentimos una seguridad y una confianza enormes, que no se adquieren en días, semanas o meses. Pero el reconocimiento se da casi siempre de un modo lento y sutil. La conciencia se ilumina a medida que el velo se va descorriendo. No todo el mundo está preparado para percatarse al instante. Hay que esperar el momento adecuado, y la persona que se da cuenta primero tiene que ser paciente. Gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a un alma gemela. Sus manos nos rozan o sus labios nos besan, y nuestra alma recobra vida súbitamente. El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo, hermano, pariente o amigo íntimo. O puede tratarse de nuestro ser amado que, a través de los siglos; llega a nosotros y nos besa de nuevo para recordarnos que permaneceremos siempre juntos, hasta la eternidad.

Hace tanto que no subo nada al blog que nadie leerá ésto. Nunca lo leyeron.
El placer de encontrar hoy estas palabras y saber que son verdad, y sentirlas.